Decía El Cardo que fue “un partido monstruo, una tarde hermosísima de mucha suerte para los bilbaínos y el disloque de las mujeres bonitas”. El capitán del Madrid, José Giralt, pidió un partido de revancha, pero los vascos no se lo concedieron porque al día siguiente debían jugar un amistoso ante el Burdialaga de Francia. La final se jugó el 8 de abril en el Hipódromo, ante 10 000 espectadores.